Noticia Startups

De lo local a lo global: cómo afecta la fiscalidad a las empresas en su salto internacional

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups

Es muy frecuente que la vida de una startup no se quede solo en el marco más local posible de su existencia. Tienden a expandir sus fronteras, incluso yendo más allá de ellas. Y es que lo que comienza en un barrio, en una ciudad o en un país, con frecuencia se ve impulsado por la inercia de la ambición y el capital hacia otros territorios donde laten nuevos mercados. Sin embargo, en ese tránsito de lo local a lo global, las empresas se enfrentan a un obstáculo tan invisible como determinante: la fiscalidad. No se trata solo de cumplir con obligaciones tributarias, sino de entender cómo las reglas impositivas moldean la viabilidad de un proyecto y, en última instancia, su capacidad para competir en un escenario internacional.

El salto exterior ha dejado de ser un privilegio de las grandes multinacionales. Startups con apenas unos años de recorrido se encuentran abriendo filiales en Europa, Estados Unidos o Asia, atraídas por ecosistemas dinámicos y capital de riesgo disponible. Pero la globalización empresarial no se mide únicamente en términos de innovación o de talento: los sistemas fiscales locales condicionan la forma en que esas compañías deciden establecerse. El tratamiento del impuesto de sociedades, las retenciones sobre dividendos, los convenios para evitar la doble imposición y los regímenes especiales para la inversión extranjera se convierten en piezas de un tablero que exige precisión y estrategia.

La primera gran pregunta que surge en este terreno es hasta qué punto la fiscalidad determina la elección de un país de destino. Los datos muestran que, más allá de los incentivos fiscales que algunos territorios promueven como atractivo, lo que realmente influye es la previsibilidad y la transparencia del sistema. Las startups y pymes en expansión valoran tanto la carga impositiva como la claridad normativa, pues la incertidumbre puede erosionar la confianza de los inversores más rápido que un porcentaje de tributación elevado. Un régimen estable permite proyectar costes a largo plazo y diseñar estructuras corporativas sostenibles, algo fundamental en fases de crecimiento acelerado.

Otro elemento crucial es la gestión de la doble imposición, uno de los grandes fantasmas en el proceso de internacionalización. Sin convenios bilaterales efectivos, una empresa puede encontrarse pagando impuestos en el país de origen y en el de destino sobre los mismos ingresos. Esta duplicidad resulta devastadora para la rentabilidad y obliga a muchos negocios a replantear su estrategia de entrada. De ahí que la existencia de tratados internacionales bien diseñados y actualizados marque una diferencia significativa. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha impulsado en los últimos años modelos de convenio que buscan armonizar criterios, pero la realidad es que persisten lagunas y asimetrías, especialmente en mercados emergentes.

La planificación fiscal internacional no debe confundirse con la evasión. La primera es una necesidad legítima y legal de cualquier compañía que busca optimizar su estructura financiera y reducir costes innecesarios, mientras que la segunda constituye un riesgo reputacional y legal de gran envergadura. En el ecosistema emprendedor, donde la confianza de los inversores depende de la transparencia y la credibilidad, caer en prácticas opacas puede significar la pérdida de rondas de financiación clave. Por ello, las startups más avanzadas suelen recurrir a asesores especializados en derecho fiscal internacional desde fases tempranas, conscientes de que un error en esta materia puede costar más que una mala decisión comercial.

La elección del modelo de establecimiento también entra en el debate. Abrir una filial, constituir una sucursal o crear una joint venture en el país de destino conlleva consecuencias fiscales distintas. Una filial, aunque más compleja de gestionar, permite separar patrimonios y optimizar la tributación de beneficios; una sucursal, por su parte, implica un control directo de la matriz pero puede estar sujeta a imposiciones más gravosas. La decisión, en consecuencia, no responde únicamente a criterios operativos, sino a un análisis minucioso de los costes fiscales a corto y largo plazo.

Los incentivos a la innovación desempeñan asimismo un papel protagonista. Muchos países ofrecen deducciones significativas para empresas tecnológicas que invierten en I+D, y este factor puede inclinar la balanza a la hora de escoger un destino. Irlanda, por ejemplo, ha consolidado su posición como hub tecnológico europeo gracias no solo a un tipo reducido del impuesto de sociedades, sino también a un ecosistema fiscal favorable para la investigación. Singapur, por su parte, ha diseñado esquemas específicos para startups de base tecnológica, con créditos fiscales y facilidades de repatriación de capital. Estos entornos no solo atraen inversión extranjera, sino que también estimulan la innovación local, generando círculos virtuosos difíciles de replicar en jurisdicciones menos competitivas.

Surge también la cuestión de cómo afecta la fiscalidad a la captación de talento internacional. La movilidad de profesionales altamente cualificados depende en buena medida de la carga tributaria que afrontarán en su nuevo país de residencia. Programas de “visados tecnológicos” o regímenes fiscales especiales para trabajadores extranjeros son herramientas que algunos gobiernos han puesto en marcha para atraer perfiles clave. España, por ejemplo, ha reforzado en los últimos años su régimen de impatriados, conocido como la “Ley Beckham”, con el objetivo de seducir a expertos digitales y emprendedores extranjeros. La fiscalidad, por tanto, no solo condiciona las decisiones corporativas, sino que también moldea la capacidad de las empresas para tejer redes de talento global.

La creciente presión internacional para gravar a las grandes multinacionales tecnológicas ha introducido un nuevo escenario que, aunque dirigido principalmente a gigantes como Google, Apple o Amazon, también impacta en empresas de menor tamaño. El acuerdo global de la OCDE para establecer un tipo mínimo del impuesto de sociedades del 15% pretende frenar la competencia fiscal a la baja entre países, pero al mismo tiempo obliga a startups en crecimiento a replantear su estrategia en territorios tradicionalmente considerados “refugios” fiscales. Esta medida busca equilibrar el terreno de juego, aunque todavía genera debate sobre si puede limitar la capacidad de ciertos países para atraer inversión en fases iniciales.

La fiscalidad digital constituye otro de los grandes focos de discusión. El auge del comercio electrónico, las plataformas de servicios y las aplicaciones basadas en datos ha puesto de manifiesto la dificultad de encajar modelos de negocio globales en marcos tributarios diseñados para economías industriales. La pregunta sobre dónde debe tributar una empresa digital —si en el país donde se produce el servicio, en aquel donde se consume o en el que se almacena la información— continúa abierta. Esta indefinición ha llevado a algunos estados a crear impuestos específicos sobre servicios digitales, generando fricciones diplomáticas y dudas entre las compañías que buscan expandirse sin arrastrar litigios fiscales.

En paralelo, la fiscalidad se convierte en un reflejo de la estrategia política de cada nación. Países con alta presión impositiva suelen ofrecer a cambio redes de infraestructuras, sistemas legales sólidos y acceso a mercados maduros, mientras que aquellos con menor carga fiscal apuestan por presentarse como entornos de rápida implantación y bajo coste inicial. El emprendedor que analiza estas opciones se enfrenta, en realidad, a una ecuación de largo alcance: equilibrar el ahorro inmediato con la sostenibilidad futura de su proyecto. Una decisión tomada únicamente por motivos tributarios puede acabar comprometiendo la escalabilidad o el acceso a financiación en mercados más exigentes.

Resulta evidente que la fiscalidad internacional actúa como un filtro en el proceso de globalización empresarial. La narrativa sobre startups disruptivas, escalabilidad rápida y talento sin fronteras no puede desligarse de la realidad de unos sistemas tributarios que, en muchos casos, avanzan a menor velocidad que la innovación. Cada nuevo país al que se llega no solo representa una oportunidad de crecimiento, sino también un reto de adaptación fiscal que pone a prueba la solidez de los modelos de negocio.

En última instancia, el éxito del salto internacional no se define únicamente por la capacidad de conquistar clientes o levantar rondas millonarias. Se mide también en la habilidad de interpretar y anticipar las reglas fiscales de cada territorio, integrarlas en la estrategia empresarial y convertir un posible obstáculo en una ventaja competitiva. El mapa del emprendimiento global está trazado tanto por la creatividad y la tecnología como por la fría aritmética de los impuestos. Y en esa intersección, donde la innovación choca con la burocracia tributaria, se juega una de las batallas más decisivas para las empresas del siglo XXI.

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups
Más Leídos
Continua Leyendo...
Contenidos Patrocinados
ADS
Promocionados