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¿Qué diferencias hay entre inversión dilutiva y no dilutiva?

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups

La financiación es uno de los asuntos que más preocupan a los emprendedores. Y es que de ella depende no solo el arranque de esa idea de negocio que con tanto mimo se ha preparado, sino también su consolidación y crecimiento. Existen varias vías de acceso al capital necesario para poner en marcha la empresa y saber eso, comprenderlo, es vital para los emprendedores, ya que así se puede planificar mejor financieramente la startup y también definir el grado de control que los fundadores mantienen sobre su empresa. En este contexto, dos conceptos resultan clave para cualquier equipo emprendedor que aspire a escalar su proyecto: la inversión dilutiva y la inversión no dilutiva. Aunque ambas representan formas de inyectar recursos económicos en una empresa, sus implicaciones legales, estratégicas y operativas difieren de manera significativa.

La inversión dilutiva implica la cesión de parte del capital social de la empresa a cambio de financiación. Es el tipo más común en rondas de inversión tradicionales, como las que protagonizan fondos de capital riesgo, business angels o inversores institucionales. Al participar en una ronda de este tipo, el emprendedor acepta que su porcentaje de participación en la compañía se reduzca proporcionalmente al nuevo capital emitido. Esta dinámica afecta directamente a la propiedad y, en muchos casos, también al control y al poder de decisión, dependiendo de los acuerdos de gobierno corporativo que se negocien en paralelo.

Frente a este modelo aparece la inversión no dilutiva, una alternativa que permite captar recursos sin comprometer la propiedad accionarial. Este tipo de financiación incluye, entre otros, los préstamos bancarios, las subvenciones públicas, los concursos de innovación, los créditos blandos o los ingresos obtenidos mediante ingresos recurrentes generados por el propio negocio. En el ámbito de la financiación pública, especialmente en Europa, son frecuentes los instrumentos que combinan fondos no reembolsables y préstamos con condiciones ventajosas, como los que ofrecen organismos como ENISA o CDTI en España o el EIC Accelerator a nivel europeo. Este tipo de fondos puede suponer un impulso significativo sin que ello se traduzca en una pérdida de control ni en la necesidad de repartir futuros beneficios.

La elección entre una u otra modalidad no responde a un único criterio, sino a una serie de variables que deben valorarse en función del estadio de madurez de la empresa, sus necesidades de liquidez, su modelo de negocio y su apetito por compartir decisiones estratégicas. En fases muy tempranas, donde las métricas todavía no son sólidas y la incertidumbre es elevada, muchos equipos optan por inversión dilutiva, asumiendo que la entrada de capital inteligente —el llamado smart money— puede ser más valiosa que la simple inyección de recursos. En estas etapas, los inversores no solo aportan dinero, sino también experiencia, red de contactos y legitimidad en el mercado, lo que facilita el acceso a siguientes rondas o alianzas estratégicas.

No obstante, existen casos donde la inversión no dilutiva puede resultar más eficiente. Algunas startups con una fuerte base tecnológica, o aquellas que operan en sectores estratégicos para las administraciones públicas, pueden acceder a ayudas sin tener que comprometer capital. Además, si el modelo de ingresos es suficientemente robusto o si el margen operativo permite autofinanciar parte del crecimiento, evitar la dilución puede ser un objetivo prioritario. Esta decisión también se vincula con el horizonte temporal de la empresa: mientras algunos equipos fundadores planifican una salida en pocos años mediante una adquisición o salida a bolsa, otros persiguen un crecimiento sostenido y controlado en el largo plazo, donde preservar la mayoría accionarial se convierte en un activo fundamental.

Una de las diferencias más relevantes entre ambos tipos de inversión radica en el riesgo compartido. La inversión dilutiva, al tratarse de equity, reparte el riesgo empresarial entre los socios, mientras que la financiación no dilutiva, especialmente si es un préstamo o un crédito, mantiene el riesgo en manos del emprendedor, que debe devolver el capital incluso si el negocio no prospera. Este aspecto explica por qué algunos equipos prefieren diluirse antes que asumir endeudamiento, sobre todo si el cash flow proyectado no garantiza una capacidad de devolución adecuada.

Otra consideración crítica es la velocidad con la que se accede a los fondos. Las rondas de inversión dilutiva suelen implicar procesos complejos de due diligence, negociaciones legales, análisis de cap table y validación de términos contractuales. En contraste, ciertos instrumentos no dilutivos, como algunas ayudas públicas o competiciones de innovación, pueden resolverse en plazos más cortos, aunque no siempre con la misma cuantía ni con garantías de repetición futura. Por otro lado, el acceso a deuda bancaria o líneas de crédito requiere habitualmente un historial financiero consolidado, lo que limita esta opción a empresas con tracción demostrada.

Desde un punto de vista estratégico, la elección entre dilución y no dilución también puede marcar el tono del crecimiento. Una empresa que se financia exclusivamente mediante inversión dilutiva puede sentir la presión de escalar rápido para responder a las expectativas de los nuevos socios, en especial si se trata de fondos con ventanas temporales definidas para obtener retornos. En cambio, las compañías que se nutren de capital no dilutivo o que combinan ambas fuentes pueden modular mejor su crecimiento, adaptándose a los ciclos del mercado y preservando una mayor autonomía en la toma de decisiones.

Cabe destacar que estos dos tipos de inversión no son excluyentes entre sí. Muchas startups exitosas combinan ambas modalidades a lo largo de su ciclo de vida. Pueden comenzar con recursos propios y subvenciones no dilutivas, pasar luego por rondas dilutivas para escalar rápidamente, y más adelante volver a acudir a financiación pública o privada no dilutiva para mantener el crecimiento sin perder control. Esta gestión híbrida requiere una visión financiera sólida y una planificación rigurosa del uso del capital en cada fase.

En la actualidad, algunos instrumentos emergentes están difuminando las fronteras entre ambas categorías. Un ejemplo son los acuerdos SAFE (Simple Agreement for Future Equity), que no son dilutivos en el momento de su firma, pero sí lo serán en el futuro cuando se conviertan en acciones. También surgen alternativas como el revenue-based financing, donde se presta dinero a cambio de un porcentaje sobre los ingresos futuros, sin alterar la estructura accionarial. Estos modelos híbridos responden a la necesidad del mercado de contar con mecanismos más flexibles, adaptados a modelos digitales, escalables y de alto riesgo.

El contexto macroeconómico y las condiciones del mercado también influyen en la preferencia por uno u otro tipo de inversión. En épocas de alta liquidez y tipos de interés bajos, el capital riesgo tiende a ser más activo, lo que favorece las rondas dilutivas. En entornos más restrictivos o con condiciones financieras más exigentes, los emprendedores suelen buscar alternativas no dilutivas para mantener la estabilidad sin ceder más capital del necesario. Asimismo, el contexto regulatorio y fiscal de cada país determina la disponibilidad y atractivo de los instrumentos públicos o privados de financiación no dilutiva.

La distinción entre inversión dilutiva y no dilutiva va más allá de una simple cuestión de cesión de acciones. Implica modelos distintos de crecimiento, estructuras de riesgo divergentes y visiones empresariales que pueden variar según la etapa, el sector y los objetivos de la compañía. Dominar estas diferencias resulta clave para diseñar una estrategia de financiación coherente, resiliente y alineada con los intereses de los fundadores y de la propia startup. En un entorno cada vez más competitivo, donde el capital no solo se busca sino que también se negocia, comprender estas dinámicas puede marcar la diferencia entre un crecimiento sostenible y una pérdida prematura de control.

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups
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