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Revisar, ajustar y comunicar: la nueva normalidad del pricing en mercados inflacionarios

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups

Los precios de los servicios y los productos que ofrece una startup no son estáticos, sino que van variando en función de los objetivos de la empresa, del mercado, de la competencia, y multitud de factores que los emprendedores siempre tienen en cuenta. Se trata por tanto de precios vivos, que van evolucionando, que van creciendo o bajando en función de estos factores tan variables. En estos escenarios, startups, pymes y empresas consolidadas se ven obligadas a replantear no solo sus márgenes, sino también su propuesta de valor, su narrativa comercial y su relación con el cliente. La inflación alta —ya sea sostenida o volátil— no solo erosiona el poder adquisitivo, también desordena las referencias que anclan las expectativas del consumidor. En consecuencia, fijar precios se convierte en un ejercicio que exige precisión, sensibilidad y velocidad.

Uno de los primeros desafíos a los que se enfrentan las empresas es la pérdida de previsibilidad. La inflación impide establecer estructuras de costos estables, lo que dificulta mantener márgenes sin generar fricción con los clientes. En este contexto, el pricing no puede apoyarse exclusivamente en los históricos o en los métodos tradicionales como el mark-up sobre costes fijos. Se impone la necesidad de trabajar con estructuras de costes flexibles, proyecciones más cortas y sensibilidad al contexto competitivo, sin descuidar la percepción de valor que el producto o servicio genera en su público objetivo.

Muchas startups tecnológicas, acostumbradas a ciclos de pricing más estables y con modelos basados en SaaS, han tenido que reajustar su política de precios con mayor frecuencia que nunca. Las cláusulas de revisión automática, antes consideradas una rareza, hoy son prácticas habituales en contratos B2B. A su vez, la indexación parcial a indicadores económicos —como el IPC o el IPP— se convierte en un mecanismo para blindar parcialmente la rentabilidad, aunque su implementación requiere una comunicación clara y transparente para evitar reacciones negativas por parte de los clientes.

En mercados inflacionarios, el pricing deja de ser una función táctica para convertirse en una palanca estratégica. No basta con trasladar al cliente el incremento de costes: es necesario entender cuánto está dispuesto a asumir sin erosionar su confianza ni sacrificar la competitividad del producto. Aquí entra en juego la elasticidad de la demanda, que ya no puede analizarse solo en términos agregados. El análisis de cohortes, la segmentación por sensibilidad al precio y la identificación de clientes de alto valor cobran protagonismo, especialmente en sectores donde las decisiones de compra pueden ser aplazadas o sustituidas fácilmente.

El componente psicológico del precio adquiere relevancia. En contextos donde los consumidores esperan subidas constantes, las empresas enfrentan un dilema: subir precios de forma gradual y frecuente, o aplicar aumentos menos recurrentes pero más agresivos. Ambos enfoques tienen implicaciones distintas sobre la percepción de marca y la fidelidad del cliente. Mientras algunas compañías prefieren adoptar estrategias de stealth pricing —como reducir el tamaño de los paquetes o modificar discretamente los beneficios incluidos—, otras optan por fórmulas de comunicación más directas, apelando a la transparencia como valor diferencial.

El valor percibido es un terreno en disputa constante. En escenarios inflacionarios, el precio puede convertirse en un factor de ansiedad para el consumidor, pero también en una oportunidad para destacar atributos menos sensibles al coste: durabilidad, servicio postventa, acceso exclusivo, impacto social o innovación. De ahí que muchas marcas estén invirtiendo en reforzar su storytelling, mejorar sus canales de atención y rediseñar sus propuestas comerciales con modelos más adaptativos, como el pay-per-use, las membresías dinámicas o los escalados por niveles.

No menos importante es la frecuencia con la que se revisan los precios. En condiciones económicas normales, muchas compañías actualizan sus tarifas anualmente. En mercados inflacionarios, esa lógica queda obsoleta. Las revisiones trimestrales, mensuales o incluso quincenales se vuelven comunes, especialmente en sectores intensivos en materias primas, logística o tecnología. Esta dinámica exige no solo agilidad operativa, sino también herramientas tecnológicas capaces de monitorear los costes en tiempo real, simular escenarios y automatizar recomendaciones de precios con base en datos internos y de mercado.

La inteligencia artificial y el análisis predictivo están transformando la forma en que se toman decisiones de pricing. Los modelos de machine learning permiten anticipar el impacto de un cambio de precio sobre diferentes segmentos, detectar patrones de comportamiento que anticipan fugas de clientes y optimizar los puntos de entrada para nuevos productos. Sin embargo, el factor humano sigue siendo insustituible en contextos de incertidumbre elevada. La intuición, el conocimiento del cliente y la sensibilidad cultural siguen siendo fundamentales para interpretar los datos y tomar decisiones acertadas.

El pricing también se convierte en un campo de prueba para innovar en la relación con el cliente. Las empresas más ágiles están usando los ajustes de precios como una oportunidad para fortalecer el vínculo comercial, incluyendo encuestas de percepción, espacios de cocreación y comunicación proactiva. En lugar de esperar una reacción negativa, algunas compañías optan por anticiparse, explicar el contexto de los cambios y ofrecer alternativas para distintos tipos de cliente. Esta estrategia, además de mitigar el impacto reputacional, permite recoger información valiosa para decisiones futuras.

La regionalización de los precios se está intensificando. Cuando la inflación afecta de forma dispar a distintos territorios o nichos, la estrategia de precios se descentraliza. Las startups que operan en varios países o regiones deben adaptar sus tarifas a cada realidad local, considerando no solo la inflación nominal, sino también la sensibilidad cultural al precio y las dinámicas competitivas específicas. Esto exige sistemas más complejos, pero también abre la posibilidad de optimizar márgenes allí donde el mercado lo permita.

Por otro lado, los errores en el pricing se pueden volver más costosos. En condiciones de inflación alta, un precio mal calculado puede generar pérdidas inmediatas o afectar de forma irreversible la relación con el cliente. En consecuencia, muchas empresas están reforzando sus equipos de revenue management, incorporando expertos en pricing dinámico y adoptando frameworks que permiten testear continuamente las decisiones comerciales. El testeo A/B de precios, la experimentación controlada en segmentos cerrados y el uso de marketplaces como laboratorios de prueba son prácticas cada vez más extendidas.

En este contexto, el rol de la comunicación es tan importante como el del ajuste. Comunicar un cambio de precios no debe ser una nota al pie del contrato ni un correo automatizado. Las empresas que invierten en una narrativa empática, que contextualiza los cambios y ofrece soluciones —como promociones, descuentos temporales o beneficios añadidos— logran retener mejor a sus clientes y mantener la percepción de justicia en su política comercial. Este aspecto resulta crítico cuando los clientes están sometidos a múltiples presiones económicas y desarrollan una mayor sensibilidad ante cualquier variación.

Establecer precios en un entorno inflacionario no es solo una cuestión financiera, es también una cuestión estratégica, relacional y reputacional. Las empresas que mejor se adaptan a estos contextos no son necesariamente las que aplican subidas más agresivas, sino aquellas que logran integrar la lógica del ajuste en su propuesta de valor sin romper la coherencia de su marca. Esto implica comprender el mercado, pero también anticipar sus reacciones, mantener el diálogo abierto con los clientes y operar con una flexibilidad que permita corregir el rumbo sin comprometer la sostenibilidad del negocio.

La nueva normalidad del pricing en economías inflacionarias exige empresas más ágiles, más informadas y más conectadas con su audiencia. Revisar, ajustar y comunicar ya no son acciones puntuales, sino un ciclo continuo que define la capacidad de una empresa para resistir, adaptarse y crecer en medio de la volatilidad. En este escenario, la estrategia de precios se consolida como uno de los pilares clave para la resiliencia empresarial, y su gestión exige una mirada multidisciplinar que combine análisis de datos, comprensión humana y narrativa de marca. La inflación cambia el entorno, pero no elimina las oportunidades para quienes saben interpretar el contexto y actuar con precisión.

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups
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