Estamos en una sociedad en la que se valoran los resultados. Hay que tener éxito, hay que conseguir los objetivos, hay que salir adelante como sea… Pero no se atiende casi al proceso, al esfuerzo que se lleva a cabo para conseguir esos objetivos que pueden, o no, aparecer al final del trabajo realizado. Y ahí es donde entra en juego la autoestima de los líderes que se enfrentan a este tipo de situaciones en donde si hay éxito eres bueno y sino, pues eres malo. Pero en realidad no es así, hay que valorar todo el esfuerzo que se ha hecho, hay que saber ver lo que se ha hecho, a dónde se va, qué se puede aprender del fracaso. Se trata, de esta manera, de proteger la autoestima, sobre todo en entornos tan competitivos como el de las startups.
Esta dependencia del éxito como única fuente de validación tiene consecuencias profundas, tanto a nivel individual como organizacional. En términos psicológicos, la fusión entre identidad y desempeño genera lo que especialistas en salud mental empresarial definen como autoestima contingente al logro, un fenómeno en el que el individuo solo se percibe valioso cuando alcanza metas externas. Esta forma de autoestima es inherentemente frágil y volátil, ya que cualquier desviación del resultado esperado —una ronda de financiación fallida, una pérdida de mercado, una crítica pública— puede desestabilizar gravemente el bienestar emocional del emprendedor. En un entorno como el de las startups, donde la incertidumbre forma parte estructural del modelo de negocio, esta vulnerabilidad se convierte en un riesgo operativo no menor.
Las estadísticas que vinculan el éxito emprendedor con el deterioro de la salud mental no son nuevas, pero siguen siendo ignoradas en muchas narrativas fundacionales. Estudios como el realizado por Michael A. Freeman en la Universidad de California revelan que los emprendedores son significativamente más propensos a sufrir ansiedad, depresión, trastorno bipolar y abuso de sustancias que el resto de la población. La raíz de este fenómeno, según el mismo informe, no está solo en la carga de trabajo o el estrés financiero, sino en la estructura misma de cómo se construye el valor personal en el entorno startup: a partir de la validación externa, el rendimiento continuo y la admiración ajena. En este contexto, fracasar no es solo una dificultad técnica, sino una amenaza directa a la identidad.
Uno de los aspectos más problemáticos es que esta asociación entre éxito y autoestima suele reforzarse socialmente. Inversores, medios de comunicación, redes profesionales y eventos de networking promueven una cultura de celebración del logro, pero rara vez visibilizan las dimensiones emocionales del recorrido emprendedor. Las historias de éxito son amplificadas con intensidad, mientras que los relatos de desgaste, duda o crisis personal quedan al margen del discurso dominante. Esta falta de representaciones diversas contribuye a que muchos fundadores oculten sus propias vulnerabilidades, reforzando la idea de que mostrar inseguridad es incompatible con el liderazgo. Así, se perpetúa un ciclo donde la presión por demostrar éxito se convierte en una condición permanente.
En los últimos años, sin embargo, ha comenzado a emerger una corriente contraria que busca desarticular esta dependencia entre éxito externo y autoestima. Algunos fundadores y líderes empresariales están incorporando prácticas de introspección y gestión emocional como parte integral de su estrategia de liderazgo. La incorporación del coaching ejecutivo con enfoque en la identidad, la adopción de herramientas de inteligencia emocional y el acompañamiento terapéutico profesional se están convirtiendo en recursos cada vez más comunes entre quienes buscan sostenerse en el largo plazo sin sacrificar su salud mental. Este tipo de intervenciones no apuntan solo a resolver crisis, sino a construir una autoestima menos reactiva, menos dependiente del ruido exterior.
Una de las estrategias más eficaces es la de diversificar las fuentes de valor personal. Esto implica que el emprendedor desarrolle espacios de identidad fuera del desempeño profesional: relaciones personales sólidas, actividades creativas, prácticas de autocuidado, participación en comunidades sin fines productivos. Al establecer vínculos que no están mediados por la productividad o el reconocimiento profesional, se amplían los ejes desde los cuales la persona puede sentirse valiosa. Esta diversificación no solo fortalece la autoestima, sino que también actúa como amortiguador frente a los ciclos naturales de éxito y fracaso que toda startup atraviesa.
Otro enfoque clave es la resignificación del error. En entornos altamente competitivos, equivocarse tiende a percibirse como un signo de debilidad, pero desde una perspectiva más sostenible del liderazgo, el error es inevitable y, muchas veces, necesario. Reentrenar el diálogo interno para valorar el proceso por encima del resultado permite a los líderes desarrollar una autoestima basada en la coherencia, el aprendizaje y la adaptabilidad, no únicamente en los logros cuantificables. En este sentido, algunas organizaciones están promoviendo espacios internos donde se normaliza el aprendizaje desde la vulnerabilidad, desmontando la lógica de la perfección como única vía de crecimiento.
El rol de los inversores, asesores y stakeholders también es relevante. En tanto agentes que ejercen influencia directa sobre la narrativa del éxito, estos actores pueden contribuir a una cultura más sana si dejan de valorar únicamente las métricas duras y comienzan a reconocer la importancia del equilibrio emocional en los equipos fundadores. Esto incluye replantear la relación con el fracaso, favorecer procesos de mentoring menos verticales y promover modelos de liderazgo que integren la dimensión humana del emprendimiento. La rentabilidad de una empresa no debería ser alcanzada a costa de la erosión de quienes la conducen.
Las plataformas digitales han comenzado a reflejar este cambio cultural. En los últimos años se ha observado un aumento en los espacios donde emprendedores comparten experiencias sobre salud mental, impostor syndrome o dependencia del reconocimiento. Canales de podcast, boletines especializados y comunidades virtuales están sirviendo como red de contención informal, permitiendo a muchos fundadores descubrir que no están solos en su malestar. Esta democratización del relato permite romper con el mito del emprendedor invulnerable y habilita conversaciones más auténticas dentro del ecosistema.
Para los fundadores de startups, construir una autoestima robusta implica aceptar que su valor no puede reducirse al número de usuarios activos, la facturación mensual o el último titular publicado. Es una construcción más profunda, más lenta y menos visible, pero que funciona como base para liderar con autenticidad, resistir los ciclos del mercado y tomar decisiones que no estén impulsadas por el miedo a perder reconocimiento. En un entorno donde las métricas son omnipresentes, encontrar un espacio interior libre de evaluación constante es, quizás, uno de los actos más revolucionarios que un emprendedor puede ejercer.
La revolución silenciosa que atraviesa el ecosistema startup no se mide en escalabilidad ni en disrupción, sino en la capacidad de sus líderes para sostenerse en pie sin olvidar quiénes son más allá de lo que logran. Porque, al final, el éxito más valioso es aquel que no exige abandonar la propia humanidad como condición para alcanzarlo.