Hay una fina línea que separa a un soñador de un emprendedor. Esa línea se llama ACCIÓN.
Llevo mucho tiempo observando. Observo las actitudes (no aptitudes) de la gente. De individuos y de grupos y subgrupos. No sé si es que soy demasiado inquieta yo misma pero tengo la impresión de que todo el mundo espera. No, espera. Eso es injusto. Tengo la impresión de que la mayoría de la gente espera. O muchos.
El que espera no actúa. Simplemente espera. Espera al autobús, a que el país vaya a mejor, a que den una buena noticia sobre los mercados en el Telediario. Muchos esperan a que bajen los pisos, otros a que suban. Esperan a que prescindan de ellos o les inviten a marcharse. O al revés, esperan con las manos entrelazadas a que “virgencita, virgencita, que me quede como esté”. Esperan a que la crisis “se vaya”, a que Zapatero se vaya, a que Rajoy se vaya, a que llegue el siguiente y se vaya.
Esperan a que “alguien” haga algo. Sin embargo no aspiran a ser ese alguien. ¿Por qué? ¿Ponen su vida en las manos de otros? ¿Todo lo que les ocurre es gracias a o por culpa de otros? ¿Esperan siempre a que las circunstancias decidan por ellos? Un escalofrío me acaba de recorrer la columna, me horroriza sólo pensarlo.
Es cierto que las circunstancias que nos rodean, ni son óptimas, ni eludibles, ni variables desde nuestra pequeña parcela del mundo. Es cierto que hay miles de factores externos inalterables desde nuestro pequeño (en comparación) rincón de poder. Más he ahí la grandeza del ser humano: su capacidad para crecer y cambiarse a sí mismo. Yo no puedo hacer que la economía rebrote en Europa ni en España, no puedo estimular a los mercados, no puedo eliminar mi única cuenta bancaria porque no me lo permite este sistema, no puedo hacer que los bancos se conviertan en organizaciones honestas, no puedo hacer llegar esto a millones de personas, no puedo evitar que miles de trabajadores vayan al paro este mes. Pero sí puedo elegir cómo actuar al respecto. Sí puedo decidir lo que yo voy a hacer, aun en esas circunstancias. Y decido no esperar. Eso desde luego. Lo hice hace mucho tiempo, tanto que no recuerdo.
Esa línea invisible dibujada entre un emprendedor y un soñador, llamada acción es la que marca la diferencia. El soñador piensa, imagina, reflexiona, incluso da a luz ideas sorprendentes, maravillosas, inigualables! Luego se lamenta cuando la gente le dice: “Ay, Fulanito, Fulanita, siempre fuiste un soñador…”. ¡No te lamentes! ¡Actúa y esos sueños se convertirán en realidad! ¡Esa es la diferencia con el emprendedor! ¡Que éste emprende! Es decir, actúa.
El soñador espera. Siempre está esperando. Al momento idóneo, a que lleguen tiempos mejores, a tener suficiente dinero, … Ese momento, cosas de la vida, nunca llega. ¿Por qué? Porque el soñador siempre tiene una excusa para no traspasar esa línea. Incluso puede que sea la excusa del que lo intentó en alguna ocasión, y no le salió como tenía planeado. Igualmente una excusa. El miedo… siempre el miedo… y las excusas, siempre excusas…
Hace un par de semanas o tres, estando de vacaciones, escuché un fragmento de un poema. En ese fragmento concreto mencionaban la espera. Esto me inspiró a escribir un poema sobre ello, además de este artículo. El poema está en mi web.
No seáis muy duros conmigo, no soy poeta, tan solo quiero compartir éste con vosotros. Aunque no os guste demasiado leer poesía, de todas todas os recomiendo que lo leáis porque,
Si sois de los soñadores, quizá os inspire a tomar acción o a reflexionar sobre esas cosas que la gente suele esperar.
Si sois de los que esperan, es posible que os veáis reflejados y os inspire a dejar de hacerlo, aunque sea solo un poquito cada día.
Si sois emprendedores o sois de los que no esperan, quizá encontréis algo a lo que sí, seguís esperando, y/o también es posible que al daros cuenta de que no soléis esperar, sino que vais en busca de las cosas, sea una motivación más para seguir caminando hacia vuestro objetivo.