Algunas veces, los emprendedores sienten que no valen lo suficiente, a pesar de que su empresa sea todo un éxito. Es lo que se llama el síndrome del impostor, algo que también se encuentra en el mundo del emprendimiento, aunque se puede dar en cualquier sector y que afecta personalmente a quien lo padece. Este fenómeno psicológico, identificado por primera vez en 1978 por las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes, se caracteriza por una incapacidad persistente para interiorizar los logros propios y un miedo constante a ser “descubierto” como un fraude, pese a evidencias objetivas de éxito. Aunque no está reconocido oficialmente como un trastorno mental, sus efectos sobre la salud emocional, el liderazgo y la toma de decisiones en el entorno empresarial pueden ser profundos y duraderos.
El síndrome del impostor se manifiesta con especial frecuencia entre fundadores, ejecutivos jóvenes, mujeres en puestos directivos y profesionales del ámbito tecnológico. El entorno emprendedor, donde la autoconfianza se da por supuesta y la exposición pública es constante, se convierte en un terreno fértil para que este malestar prospere. Las redes sociales y la cultura del éxito inmediato intensifican esta sensación de estar actuando un rol que no se merece, exacerbando la percepción de inadecuación frente a otros que aparentan navegar con seguridad el mismo ecosistema. El resultado es una ansiedad constante que puede conducir a la parálisis, la procrastinación o incluso el autosabotaje de oportunidades clave.
Diversos estudios han señalado que más del 70% de las personas experimentan este fenómeno en algún momento de su vida laboral, pero en el caso del emprendimiento el porcentaje tiende a ser aún más elevado. El motivo principal radica en la ausencia de estructuras jerárquicas que validen el desempeño, la necesidad de asumir múltiples roles sin preparación previa y el carácter incierto del éxito en fases tempranas de cualquier proyecto. Un emprendedor que en cuestión de semanas debe asumir tareas de desarrollo de producto, gestión financiera, recursos humanos y relaciones públicas puede fácilmente sentir que está improvisando en exceso, aunque esté cumpliendo eficazmente cada una de esas funciones.
El síndrome del impostor no discrimina por nivel de éxito. De hecho, tiende a intensificarse a medida que aumentan los logros. Muchos fundadores de startups reconocidas han confesado haber atravesado episodios de este tipo tras recibir rondas de inversión, cerrar acuerdos con grandes clientes o ser destacados en medios especializados. La paradoja es clara: cuanto más crece la empresa y mayor es la visibilidad, más intenso puede volverse el miedo a no estar a la altura. Esto genera una desconexión peligrosa entre la imagen externa de seguridad y la vivencia interna de insuficiencia, que en algunos casos puede desembocar en trastornos de ansiedad, burnout o depresión.
La diferencia entre este síndrome y una sana autocrítica o la humildad radica en la persistencia y el carácter desadaptativo del pensamiento. Mientras la autocrítica permite identificar áreas de mejora y avanzar, el síndrome del impostor impide reconocer los logros y genera un círculo vicioso de duda e inseguridad. Asimismo, no debe confundirse con la falsa modestia: quien lo sufre realmente cree que no merece su posición o que ha llegado a ella por una combinación de suerte, relaciones o circunstancias externas, ignorando sistemáticamente su esfuerzo, talento y capacidades.
Para los emprendedores, superar el síndrome del impostor implica un trabajo consciente y sostenido. La primera estrategia efectiva es la identificación del fenómeno. Ponerle nombre a esa sensación difusa de fraude interno permite abordarla con mayor racionalidad. En este sentido, compartir experiencias con otros fundadores o participar en comunidades de emprendimiento puede ser liberador, ya que normaliza el malestar y revela que no se trata de un problema aislado. Muchos líderes encuentran alivio al comprobar que figuras a las que admiran han atravesado situaciones similares y han aprendido a gestionarlas.
Otra herramienta útil es la documentación de los logros. Llevar un registro tangible de hitos alcanzados, metas cumplidas, feedback positivo de clientes o inversores y aprendizajes clave permite contrarrestar la percepción subjetiva de insuficiencia. Este tipo de ejercicio es especialmente valioso cuando se produce una recaída emocional tras un error o un revés, ya que proporciona una base sólida sobre la cual reconstruir la autopercepción. Además, facilita un liderazgo más saludable, basado en la autoconciencia y no en la necesidad constante de validación externa.
El acompañamiento profesional también desempeña un papel clave. La terapia psicológica, en particular la orientación cognitivo-conductual, ha demostrado ser eficaz para trabajar los patrones de pensamiento distorsionados asociados al síndrome del impostor. Cada vez más emprendedores reconocen la importancia de cuidar su salud mental como parte integral de la gestión empresarial, y no como un lujo secundario. Del mismo modo, los procesos de mentoring o coaching pueden ofrecer un espacio seguro para revisar decisiones, clarificar objetivos y reforzar la autoconfianza desde una mirada externa y objetiva.
Desde una perspectiva organizacional, las empresas emergentes pueden contribuir a reducir la incidencia del síndrome del impostor promoviendo culturas laborales que valoren el error como parte del proceso, fomenten el feedback constructivo y reconozcan los logros de forma equitativa. Las estructuras horizontales y la comunicación abierta ayudan a que los miembros de un equipo se sientan validados más allá de los resultados inmediatos, fortaleciendo el sentido de pertenencia y la seguridad psicológica. Este tipo de clima favorece no solo el bienestar individual, sino también la innovación y la sostenibilidad del proyecto a largo plazo.
En el plano educativo y formativo, la preparación emocional para el emprendimiento sigue siendo una asignatura pendiente. La mayoría de los programas de incubación y aceleración se enfocan en aspectos técnicos, financieros o comerciales, pero pocas veces incluyen contenidos relacionados con la gestión emocional, el desarrollo de la autocompasión o el manejo de expectativas. Sin embargo, los datos sugieren que estas habilidades blandas son tan determinantes como las duras en la supervivencia y el crecimiento de una startup. Integrarlas de forma sistemática en los itinerarios formativos podría marcar una diferencia significativa en la forma en que los nuevos emprendedores enfrentan los desafíos inherentes a su rol.
El caso de las mujeres emprendedoras merece una mención especial. Diversos estudios han documentado una mayor prevalencia del síndrome del impostor entre mujeres en cargos de liderazgo, particularmente en sectores tradicionalmente masculinizados como la tecnología, las finanzas o la ingeniería. Las barreras estructurales, los estereotipos de género y la falta de referentes visibles contribuyen a que muchas mujeres cuestionen su lugar en posiciones de poder, incluso cuando han demostrado competencia y resultados. Iniciativas de mentoring femenino, redes de apoyo y visibilización de casos de éxito contribuyen a revertir esta tendencia, aunque el cambio cultural necesario para erradicar el problema de raíz sigue siendo un desafío de largo plazo.
Aunque no existe una solución única ni definitiva, el conocimiento y la intervención temprana sobre el síndrome del impostor pueden transformar una amenaza silenciosa en una oportunidad de crecimiento personal y profesional. Reconocer la vulnerabilidad como parte inherente del proceso emprendedor no debilita al líder, sino que lo humaniza. En un ecosistema que premia la innovación, la autenticidad se convierte en un valor estratégico. Hablar abiertamente de estas dificultades, integrar el bienestar emocional en la cultura de empresa y promover espacios de conversación honesta pueden marcar la diferencia entre una carrera marcada por el miedo y una trayectoria construida desde la confianza.
El síndrome del impostor no desaparecerá por completo, pero puede perder poder cuando se lo nombra, se lo comparte y se lo gestiona. En un contexto donde el éxito no es lineal y los desafíos son continuos, aprender a convivir con la duda sin permitir que esta determine el rumbo es una competencia clave para los líderes del presente y del futuro. El enemigo silencioso del emprendedor moderno puede ser enfrentado no con certezas absolutas, sino con conciencia, comunidad y coraje. Y esa, también, es una forma legítima de liderazgo.