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¿Cuándo y cómo registrar una patente en una startup tecnológica? Una guía práctica para fundadores

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups

La innovación es algo que debe estar presente en todas las startups tecnológicas. Deben crear, inventar, innovar, mejorar, compensar, edificar… Todo con un objetivo claro, superarse a sí mismos en el proceso emprendedor. En ese contexto, la gestión estratégica de la propiedad intelectual se convierte en un imperativo. Dentro de esta categoría, las patentes ocupan un lugar destacado, ya que otorgan un derecho exclusivo de explotación sobre invenciones técnicas, brindando una herramienta legal para proteger la innovación y consolidar una ventaja competitiva. Sin embargo, registrar una patente no siempre es un paso inmediato ni obligatorio. Elegir el momento adecuado, conocer los requisitos técnicos, evaluar la estrategia empresarial y entender el coste-beneficio son factores determinantes en este proceso.

Uno de los errores más frecuentes en startups tecnológicas es asumir que toda innovación debe ser patentada desde el inicio. La realidad es más compleja. En muchas ocasiones, registrar una patente prematuramente puede ser contraproducente, especialmente si la tecnología aún no está suficientemente desarrollada o si el modelo de negocio todavía no está claro. Además, el proceso de obtención de una patente puede extenderse durante años y representar un coste significativo, tanto en tasas como en asesoría legal. En un entorno donde el capital es escaso y la flexibilidad es crítica, cada euro y cada decisión deben alinearse con la estrategia global de la startup. Por ello, el momento idóneo para registrar una patente suele llegar cuando el producto o invención presenta un nivel de madurez técnica suficiente y está directamente vinculado con la propuesta de valor de la empresa.

Las estadísticas muestran que la mayoría de startups que logran proteger exitosamente su tecnología mediante patentes tienden a hacerlo en fases de validación o escalado, es decir, cuando han superado la fase semilla y comienzan a atraer capital institucional. En ese punto, una patente puede jugar un papel determinante en la atracción de inversores. De hecho, para muchos fondos de venture capital, contar con propiedad intelectual registrada es un indicio de barrera de entrada y sostenibilidad del modelo de negocio. Sin embargo, no todas las invenciones tecnológicas son patentables. Para poder ser objeto de una patente, una invención debe cumplir con tres requisitos fundamentales: novedad, actividad inventiva y aplicación industrial. Esto implica que la solución no debe haber sido divulgada públicamente, debe implicar un avance técnico no evidente para un experto en la materia, y debe poder aplicarse de manera concreta en un sector productivo.

Este último punto plantea uno de los dilemas más frecuentes entre fundadores: ¿cómo conciliar la necesidad de difundir la tecnología con la necesidad de protegerla legalmente? Publicar artículos, presentar en ferias tecnológicas o lanzar un MVP al mercado puede invalidar el requisito de novedad si se hace sin haber presentado previamente una solicitud de patente. En este sentido, resulta crítico establecer una estrategia de protección anticipada. Muchos expertos recomiendan recurrir a la figura de la solicitud de patente provisional, permitida en algunas jurisdicciones como Estados Unidos, que permite fijar una fecha de prioridad sin necesidad de presentar toda la documentación técnica definitiva, otorgando un margen de 12 meses para completar el expediente. Esta opción, sin embargo, no está disponible en muchas oficinas de patentes europeas, por lo que en ese contexto se vuelve aún más necesario contar con asesoría especializada desde las primeras fases del proyecto.

En cuanto al procedimiento formal para registrar una patente, este varía dependiendo de la jurisdicción. En la Unión Europea, el camino más habitual es presentar una solicitud ante la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM) si la empresa tiene sede en España, o bien acudir directamente a la Oficina Europea de Patentes (OEP) si se busca una protección más amplia. Posteriormente, puede activarse el mecanismo de la solicitud internacional mediante el Tratado de Cooperación en materia de Patentes (PCT), que permite solicitar protección simultáneamente en más de 150 países. Este proceso puede extenderse entre dos y cinco años, dependiendo de las oficinas nacionales involucradas y de las objeciones técnicas que se planteen. Durante ese tiempo, la invención permanece bajo protección provisional. No obstante, si la solicitud no es concedida o no se mantienen los pagos, se pierde esa protección.

Uno de los aspectos más relevantes en este proceso es la redacción del documento de patente. Se trata de un texto técnico y legal que describe la invención de manera suficiente para que un experto pueda reproducirla, pero también debe limitar de forma precisa el alcance de la protección. Una redacción ambigua puede hacer que la patente sea fácilmente impugnada. Por esta razón, resulta recomendable acudir a agentes de patentes acreditados, con experiencia en el sector tecnológico correspondiente. En el caso de startups que operan con software, la situación se vuelve aún más compleja, ya que no todo software es patentable. En Europa, por ejemplo, las invenciones implementadas por ordenador deben resolver un problema técnico de forma novedosa para ser protegidas mediante patente. En cambio, en Estados Unidos el umbral de patentabilidad de software es más laxo, lo que ha motivado a muchas empresas tecnológicas europeas a buscar protección allí.

Más allá del acto de registrar una patente, la estrategia de propiedad intelectual debe integrarse dentro del plan de negocio de la startup. La protección de activos intangibles, que incluyen no solo las patentes sino también los secretos industriales, los algoritmos no divulgados, las marcas y los derechos de autor, es un aspecto clave en sectores intensivos en conocimiento. No siempre conviene patentar todo. En algunos casos, mantener en secreto una fórmula, un algoritmo o una técnica puede ser más efectivo, siempre y cuando existan medidas internas para proteger esa confidencialidad. En este sentido, las cláusulas de confidencialidad (NDA) y las políticas de seguridad interna juegan un papel crucial. También lo hacen las estrategias de licencia: muchas startups optan por licenciar su tecnología patentada a terceros, generando nuevas fuentes de ingresos sin necesidad de escalar directamente la producción.

Otra cuestión crítica es la gestión de la titularidad de las patentes. En entornos de startup, donde pueden coexistir fundadores, inversores, empleados y universidades, es común que surjan conflictos sobre la autoría y propiedad de la tecnología. Para evitar disputas, se recomienda definir claramente los acuerdos de propiedad intelectual desde el inicio, incluyendo cláusulas en los contratos laborales y acuerdos entre socios que regulen la cesión de derechos. Asimismo, si la invención se desarrolló dentro de un entorno académico o mediante fondos públicos, es probable que la institución de origen tenga derechos sobre la patente. En estos casos, se requiere negociar acuerdos de transferencia de tecnología o licencias exclusivas, algo habitual en el ámbito de las spin-offs universitarias.

El coste total de patentar una invención tecnológica puede oscilar entre 5.000 y 30.000 euros, dependiendo del número de países en los que se desee protección, la complejidad de la tecnología y los honorarios legales. Para muchas startups en fases tempranas, este coste puede parecer inasumible. Sin embargo, existen programas públicos de apoyo, tanto a nivel nacional como europeo. La Oficina Europea de Patentes y el programa Horizonte Europa contemplan subvenciones y ayudas específicas para startups innovadoras. También existen programas nacionales, como el programa de subvenciones Neotec o los instrumentos de CDTI en España, que permiten cubrir parte de los gastos de propiedad industrial. No obstante, acceder a estas ayudas requiere preparación documental y conocimiento técnico, por lo que conviene incluir la gestión de IP en la planificación financiera desde el primer business plan.

Finalmente, cabe señalar que patentar no significa estar automáticamente protegido. La vigilancia y defensa activa de los derechos de propiedad intelectual también forma parte de la estrategia. Una vez concedida la patente, corresponde a su titular monitorear el mercado y detectar posibles infracciones. En caso de encontrarlas, será necesario iniciar procedimientos administrativos o judiciales, algo que conlleva costes adicionales. Para startups en crecimiento, formar alianzas con despachos especializados o con aceleradoras que cuenten con soporte legal en propiedad industrial puede marcar la diferencia.

Gestionar correctamente el cuándo y el cómo de una patente en una startup tecnológica implica una combinación de visión estratégica, conocimiento técnico, asesoría legal y planificación financiera. No se trata solo de proteger una idea, sino de convertirla en un activo tangible capaz de atraer inversión, generar licencias, y reforzar la posición competitiva de la empresa en mercados cada vez más complejos. En un entorno en el que la innovación avanza a velocidades sin precedentes, saber blindar lo intangible puede ser el paso que transforme una startup prometedora en una empresa sólida y duradera.

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups
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