Reportaje Startups

El impacto de la cultura empresarial en la motivación del equipo: casos y estrategias

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups

En las trincheras del emprendimiento, donde el margen de error se mide en rondas de inversión y los calendarios avanzan al ritmo de las métricas, hay una fuerza silenciosa que condiciona tanto los éxitos fulgurantes como los fracasos prematuros: la cultura empresarial. Se podría pensar que, en las primeras fases de una startup, lo urgente siempre desplaza a lo importante. Pero, para los equipos que no solo sobreviven, sino que construyen algo perdurable, la cultura no es un lujo diferido, sino el esqueleto que da forma a cada decisión, a cada interacción y, sobre todo, a la motivación de quienes empujan el proyecto desde dentro.

En este territorio, la motivación ya no se explica por incentivos externos ni por las fórmulas del management tradicional. Las startups que se convierten en referentes entienden que lo que mueve a sus equipos no es el horario flexible, ni la fruta gratis, ni siquiera la promesa de equity. Lo que realmente alimenta la energía creativa y el compromiso sostenido es sentirse parte de una cultura que hace sentido, que traduce la visión en vivencia cotidiana, que convierte cada sprint, cada iteración y cada error en un capítulo compartido de algo más grande.

Spotify, que no necesita presentación en este entorno, lo entendió desde el principio. Su modelo de “squads” no es solo una arquitectura organizativa; es una declaración cultural. Autonomía radical, confianza en el criterio de los equipos y una mirada sistémica que disuelve jerarquías innecesarias. En ese clima, la motivación deja de depender del impulso externo para anclarse en la convicción interna. No hay motivación más resistente que la que nace del respeto por la inteligencia colectiva.

En el extremo sur de Europa, Glovo apostó por una estrategia que puede parecer contraintuitiva en mercados hiperescalables: desacelerar para escuchar. La startup barcelonesa introdujo espacios de feedback recurrente y prácticas de comunicación interna radicalmente transparentes. No para maquillar la presión del crecimiento, sino para humanizarla. Porque una cultura que escucha también es una cultura que corrige el rumbo antes de que el equipo colapse. Y ahí, en esa tensión entre ambición y sostenibilidad, es donde nace la motivación de largo aliento.

No es casual que muchas startups latinoamericanas, enfrentadas a contextos de incertidumbre estructural, hayan sido pioneras en construir culturas resilientes por necesidad más que por doctrina. Rappi, con sede en Colombia, desarrolló una narrativa interna donde la velocidad y el error son tolerados, siempre que estén al servicio del aprendizaje. Sin embargo, incluso allí, la motivación ha demostrado ser frágil cuando no se acompaña de políticas de cuidado. De hecho, en los últimos años, la propia compañía ha incorporado programas de salud mental y equilibrio vital, reconociendo que una cultura que solo exige termina por desfondar incluso al talento más comprometido.

Las investigaciones más recientes coinciden en que la motivación sostenida no se puede improvisar. McKinsey ha cifrado en hasta un 47% la mejora del desempeño en equipos donde la cultura fomenta la autonomía, la pertenencia y el propósito. Pero esos elementos no aparecen por generación espontánea. Son el resultado de un diseño deliberado, de una ética de la coherencia que se cultiva desde la primera contratación hasta la manera en que se celebra un hito. No se trata de artefactos simbólicos —eslóganes, códigos de conducta, manifiestos— sino de comportamientos observables que configuran una atmósfera compartida.

Algunas startups optan por articular su cultura en torno al propósito. No es un recurso de marketing, sino una brújula interna. Cuando cada miembro del equipo puede responder sin ambigüedades a la pregunta “¿para qué hacemos esto?”, la motivación se transforma en un flujo continuo. Patagonia, en el mundo de la sostenibilidad, o Tesla, en el de la disrupción energética, han demostrado que el propósito no solo atrae talento, sino que lo fideliza más allá de las condiciones coyunturales. En un entorno como el de las startups, donde la incertidumbre es la norma, el propósito se convierte en un ancla emocional.

En la otra cara de la moneda, algunas compañías han encontrado en la flexibilidad un nuevo código cultural. GitLab, completamente remoto desde su fundación, ha hecho del trabajo distribuido una ventaja estratégica. Pero más allá de la infraestructura tecnológica, lo relevante es la cultura que la sostiene: confianza radical, transparencia documental y accountability en tiempo real. En ese contexto, la motivación no necesita vigilancia; se alimenta del reconocimiento de la autonomía como un valor organizativo.

Las prácticas de diversidad e inclusión, a menudo vistas como elementos decorativos o secundarios, han ganado centralidad en las culturas que aspiran a ser verdaderamente motivadoras. No es solo cuestión de paridad o representación. Es cuestión de legitimidad. Un equipo que se siente visto en su pluralidad, que puede expresarse sin miedo a represalias, que encuentra espacios seguros para disentir, es un equipo que se activa desde lo más profundo. La pertenencia es, al fin y al cabo, una de las formas más potentes de motivación.

Otro vector clave es el feedback. Pero no el feedback entendido como evento esporádico, sino como respiración organizativa. Las startups que integran la retroalimentación como parte del ciclo operativo —no solo top-down, sino también peer-to-peer y bottom-up— logran sostener una cultura viva, adaptativa, con capacidad de autoajuste. Culture Amp ha documentado que las empresas que practican feedback continuo obtienen el doble de puntuación en indicadores de motivación interna. La clave está en transformar el feedback en un hábito, no en un juicio.

No hay, sin embargo, cultura infalible. Y es aquí donde muchas startups cometen errores fatales: sobreestimar la robustez de su cultura o confundir intensidad con cohesión. Una cultura que exige demasiado, que glorifica el hustle sin descanso, que penaliza la vulnerabilidad, puede erosionar la motivación con la misma rapidez con que la crea. La cultura, como el producto, requiere mantenimiento. No basta con diseñarla; hay que iterarla.

Las métricas de clima laboral, las sesiones de escucha activa, los procesos de onboarding y offboarding, e incluso las ceremonias internas —cómo se celebran los éxitos, cómo se gestionan los fracasos— son piezas fundamentales en el tablero cultural. Y cada una de ellas, por pequeña que parezca, impacta directamente en la motivación del equipo. Porque al final, la motivación no es una chispa momentánea, sino una corriente subterránea que atraviesa toda la organización.

Comprender la cultura empresarial como un sistema vivo, dinámico, moldeable, permite a las startups transformar un intangible en una ventaja competitiva tangible. En un mercado donde el talento elige dónde quiere estar, las empresas que cultivan culturas auténticas, motivadoras y adaptables no solo atraen a los mejores, sino que logran algo aún más difícil: que se queden. Y en ese vínculo, tan frágil como poderoso, reside buena parte del éxito empresarial en el siglo XXI.

Responsable de Redes Sociales y redactora de TodoStartups
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